Nuestro viejo reloj del año 1.926, es un reloj humilde, un reloj que ha marcado ya y resignadamente, muchas horas, las horas buenas y las horas malas, las horas de fiesta, de gozo y alegría y las horas de luto, las horas de la esperanza y las horas de la desesperación.
Nuestro reloj, es un reloj incansable y que
rezuma cansancio, late lleno de
orgullo anónimo, como un héroe
sin nombre, viendo danzar el tiempo en su esfera artesana.
Su
sonido vuela por los aires más distantes de Rágol, y sus campanadas proporcionan
una grata compañía que son especialmente agradables cuando se escuchan en medio
de un gran silencio y en la soledad de esas largas noches de invierno, con un
entendimiento remoto, que cuenta con una
cautela implacable y con una humildad casi cruel las horas que inexorablemente nos postraran hacia la
ancianidad, vela en la oscuridad profunda de la noche, sin una sola concesión a
nada, solo a la vista, para el que quiera contemplarlo como una luna llena.
Espantado
espectador del tiempo, que siempre ha sonado en las altas torres de
Ayuntamientos e Iglesias, en nuestro
pueblo lo hace vigilante desde un
privilegiado mirador, siempre visible y con aires de protección hacia el
pueblo, atento y cumplidor marcándonos las horas, que no son
más lentas, ni más veloces que las de otros relojes de leyenda.
Nos
narró nuestro vecino de Ohanes, el poeta Eladio Guzmán Fernández :
“ Una cosa típica de este pueblo es que el
reloj no esta en la torre de la iglesia, como sucede en todos los demás pueblos
que yo he visto; está colocado en un torreón que han construido en lo más alto
de una roca del coto. Resulta muchísimo mas elevado que la cúspide de la torre
parroquial, y , desde luego, visible y oíble desde cualquier punto del pueblo,
y especialmente desde la carretera, en que se ofrece al turista con aire de
monumento. El caso es original, y aunque parece indicar un divorcio entre el
poder civil y el poder eclesiástico, no es sino una medida beneficiosa para la
comunidad y realizada por aquellos ambos elementos en estimable concordia “.
Y
es que tanto tiempo ha sonado que, a lo
mejor, estamos empezando a olvidar que cualquier reloj es bueno para medir las
horas del atardecer de nuestros días y observar con paciencia la parte mas difícil
del arte de vivir: la vejez.
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