Viviendo la Alpujarra

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Los limites de la Alpujarra siempre han sido discutidos a pesar de la coincidencia de diversas voces autorizadas que han tratado de ponerlos en claro. Las antiguas tahás de Marchena y Boloduy, son territorio históricamente considerado como Alpujarreño.
En 1494 es cedida en Señorío a don Gutierre de Cárdenas, Comendador Mayor de León, por carta de Merced del 23 de Agosto en la que se le asignan:
“ la villa de Marxana que es en el dicho reyno de Granada con su fortalesa e con los logares de Cudun e Alhabiaty, Huecija, Terque, Bentaric, Ylar, Halama, Estancihun, Ragul que son de su tahá, con todos sus términos e tierras e destritos e terretorios “
(Archivo General de Simancas. Mercedes y Privilegios, leg. 46 fol. 41)  

 


Fotografía de Paco Jesús



“Alpujarra almeriense”

Cuatro pétalos de luna me ciñen el alma: su naturaleza, sus sueños, su luz, sus silencios.
Naturaleza por el verde profundo de sus floridas sendas. Hojas que al viento exhalan frescura, capricho de una naturaleza cuya brisa invita a la calma. Paisaje impredecible que crea nuevas formas.
Sueños blancos que atan las nubes y no dejo de soñarlos una y otra vez. Luz de luna. Eco de silencios, de tanto recrearme oyendo cantar el agua.
Alas cubiertas de fragancia a jazmín y azahar. Comarca insaciable de aventuras que se lleva la historia y llena de suspiros todo el pasado. Balates, vegas, paratas, repechos, bancales, ribazos, inundan sus laderas, algunas  cubriéndolas de horizontes lunares. El susurro de una mirada inspiradora y secreta de los parpados.
Presagio de un sentir que desborda a caminantes insaciables de nuevas y ocurrentes aventuras. La Alpujarra almeriense tiene matices, todos los que mi edad los contempla, dispuesta a abrir de par en par el gozo de su acogida mimada por el paisaje. ¡Qué hermosura y  cuanta riqueza humana!.
Ya adivino tu sonrisa que susurra gratitud por mi invitación a descubrir los secretos que despierta la alpujarra almeriense. ¿Cuántas veces has pretendido visitarla?. Ahora te veo llegar y hacer parada y fonda. Pronto liberarás tus ansias y acariciando la leve mañana partirás  a pueblos encaramados, calles que serpentean por terrenos quebrados, estrechas y empinadas, tranquilas, caprichosas, de encanto profundo, de paseo y asiento, de gratos rumores, de sueños locos y besos robados donde marañean enredaderas cubriendo encaladas paredes, y acrobáticos trenzados acarician rejas y balcones, bandadas de pájaros, limpias en el aire y  una mansa floración  de melodías donde retumba y se ahoga el ruido de la ciudad y donde paseas el tiempo y su dulzura.
No te apures, que comerás como nunca, eso si, tiembla de júbilo con sus fiestas que cumplen, como Dios manda, con sus añejas tradiciones heredadas.
La alpujarra almeriense  es un gozo nuevo en el ámbito rural, elevadas cumbres desplegando alas en valles y pliegues en los barrancos entre diversidad de flora, donde aparece el agua murmurando por manantiales, cimbras, pilares, fuentes, balsas, cauces, quebradas, caeros, aljibes, vertientes, arroyos, regaeras, caballones, ribazos, sifones, ramblas, minas, acequias, brazales y  pozos dibujando  reflejos de hierbas  frescas o bañando alamedas, junqueras,  arenales o buscando rumbo a otras aguas.
Bancales y más bancales, terrenos  en barbecho, unos esperando la flor del almendro, otros “cuajaos” de olivos, de naranjos, limoneros y alguna vereda de pámpanos que llevan racimos. Y en la cresta del camino, el cortijo,  bien “plantáo y blanqueáo”, con lo necesario, pero cargado de caprichos artesanales y buscando el equilibrio de la comodidad plácida, pero “bordá” de estampa alpujarreña. De la alacena y la despensa salen panes, hojaldres, perolos de carne y vino, que no falte.
La higuera, el ciruelo y el peral. El alba trae frescos chumbos y al atardecer coge tallos de hierbabuena, también, abrirá sus brazos el jazminero bordado en su fantasía para que prendas de tu peinado una biznaga. Y luego la luna lunera, noches claras y luminosas marcando senderos por las lindes de los pagos.
Si añoras los portales y las plazas, el olor a pan y dulces, a gente noble, sencilla y generosa, si te emocionas con el paisaje y haces de los sentidos corazón, si ves brillar las estrellas, si tu olfato se llena de otras fragancias, si ves que tus recuerdos juegan al escondite,  si te ves rodeado de geranios y claveles, si andas por los caminos del agua, si prestas atención a las cosas que ya has perdido, si abres los ojos a los bancos de la plaza o del parque te encontrarás con hombres de rostro agrietado por los años en dialogo permanente y contando odas del tiempo pasado, y, sin embargo, eternas, sencillas y necesarias, si percibes el tiempo sin prisa para dar sentido a la vida, si adviertes puertas y ventanas abiertas, trazos de sentimientos, si recuerdas aquellas lejanas horas  infantiles, si observas que se detiene la tarde de puntillas y que se va engullendo en silencio y la serenidad  desgrana la vida. No creas que te has vuelto más romántico, que sí,  pero realmente se trata  que seguro  hayas descubierto y empiezas a enamorarte  de la alpujarra almeriense.
Alpujarra almeriense, no te la imagines, ¡VÍVELA!. Asómate a su mirada, comparte su silencio, adivina sus secretos cuando solo cruza el aire, tan diferente como atractiva. ¡Mundo renovado!. Incansable belleza, escondida y acumulada que se ofrece sin tasa a los ojos y al alma  de quienes quieren gozarla.

Miguel Iborra Viciana
 


































   






   


   






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